¡oh Padre!,
como la siempre creciente bienaventuranza
de la meditación.
Te sentiré como inconmensurable gozo
palpitando en mi corazón.
Encontrándote a Tí primero,
encontraré a través de Ti
todas las cosas que anhelo.
Déjame oír tu voz,
¡oh Dios!,
en la cueva de la meditación.
Econtraré la perpetua felicidad celestial
dentro de mí.
Entonces la paz
reinará en mi corazón,
no importa que esté en silencio
o en medio de las actividades.
Hoy abriré la puerta de mi calma,
para que los pasos del Silencio
entren dulcemente en el templo
de todas mis actividades.
Desempeñaré todos mis deberes serenamente,
saturado de paz.
Como un silencioso e invisible río fluyendo bajo el desierto,
fluye el vasto e inconmensurable río del Espíritu,
a través de las arenas del tiempo,
a través de las arenas de la experiencia,
a través de las arenas de todas las almas,
a través de las arenas de todos los átomos vivientes
y a través de las arenas de todo el espacio.
Soy infinito,
soy ilimitado,
soy incansable;
estoy más allá del cuerpo,
del pensamiento y de las palabras;
estoy más allá de toda materia y mente.
Soy bienaventuranza sin fin.