Entro a mi templo interior de investigación espiritual.
Para descubrirte,
he abandonado todas mis demás obligaciones.
Acosado por las tinieblas, pero sin temor,
ando a tientas buscándote y llorando por Ti.
¿Me vas a dejar sólo?
¡Revélateme, oh Padre!
La puerta de los recuerdos se abre de par en par.
Te busco entre la abigarrada multitud,
pero no apareces.
¡Detente,
oh torrente de incontables pensamientos y pasadas experiencias!
¡No entres a mi santuario!
Cierro con firmeza la puerta,
desquiciada por la presión de los pensamientos,
y fijo mi mente sólo en Ti.
Al percibir la luminiscencia astral
de un pequeño cirio de profunda concentración,
murmuro una larga plegaría,
pero las lágrimas de mi corazón
y el hálito de mis súplicas,
están a punto de apagar el santo cirio.
Ya no rezo con palabras, sino con un vivo anhelo.
Le ordeno a mi respiración que no haga ruido,
y a mi amor por Ti le reprocho su turbulencia.
Sobre la mullida quietud Te adoro silenciosamente.
El cirio de la meditación arde ya con más firmeza.
Una luz Divina se va haciendo más brillante.
¡Aprehendo Tu presencia!
¡Tú eres yo!
En júbilo, Te reverencio.